miércoles, 19 de diciembre de 2012

Nuestro cuestionario del cuarto taller

Como ocurrió en el anterior taller, el equipo kiwi y yo no hemos podido plantear nuestras preguntas sobre los textos y exposiciones propuestas. Sin embargo no hemos dado cuenta que muchas de las cuestiones planteadas en la clase de ayer, son las mismas que las que nos planteamos nosotros. Así que de alguna manera "inervenimos". Aquí dejo las cuestiones del cuarto taller: "De la  obra de arte autónoma  al proceso  las prácticas artísticas  la  investigación artística".


Equipo Kiwi (Grupo 3):
Mónica Alda Sanz
Oliver Domingo Martín
Natalia R. Giavedoni Corujo


De la « obra de arte autónoma » al proceso: las « prácticas artísticas », la « investigación artística ».

“Lo que veremos en Kassel será arte o no” (Carolyn Christov – Bakargiev). Esta frase está muy en relación con lo expuesto en CaixaForum. El artista Richard Hamilton con su obra “Maps of Palestine” (2009-10) nos muestra como la idea de “obra de arte” queda alejada de la concepción tradicional de este término. Como espectadores entramos predispuestos a una actitud contemplativa, asumimos ese rol, de tal manera que, automáticamente, se nos activa el mismo proceso de asimilación tanto en el caso de “Los Borrachos” de Velázquez como en “Maps of Palestine” de Hamilton. ¿Qué es lo que determina que algo tan trivial como es un mapa, sin intervención artística alguna, sea considerado una obra de arte?
En el contexto del museo este mapa nos lleva a traer a la conciencia el conflicto desde un punto de vista subjetivo, el de la memoria. Si encontráramos este mismo mapa en un libro de texto, ¿qué posición adoptaríamos? Mientras en el primer caso se apela a los sentimientos, en el segundo son meros hechos, es historia.

                                                                                       Mapa político cualquiera
                          Maps of Palestine
                             Richard Hamilton
 
Esto nos lleva a plantearnos otras cuestiones como la que propone García Dory sobre un arte útil.
 
«El arte siempre ha tenido una función social, pero en el momento en que vivimos de crisis social y ambiental es más necesario por parte de todos los agentes sociales y culturales esforzarse en buscar y dar un sentido a su actividad. No podemos permitirnos crear un arte sólo contemplativo, que busque el goce de los sentidos y que sea sólo para el disfrute. Es necesario intervenir en el mundo y poner toda nuestra energía en él».

En consonancia con esto último encontramos reminiscencias en la exposición “Perder la forma humana. Una imagen sísmica de los años ochenta en América Latina". Según Parreño, los recursos del arte pueden contribuir a la transformación de la sociedad. Pero, conociendo el desarrollo de la política y la sociedad en países como Argentina, ¿cómo podemos afirmar que el arte posee un verdadero poder revolucionario y transformador?

“Algunas de las imágenes expuestas pueden herir la sensibilidad del espectador”. Nada más dejar atrás esta advertencia nos chocamos con la primera: Hebe de Bonafini junto Fernando “Coco” Bedoya realizando una serigrafía. Hebe de Bonafini comenzó siendo una activista por los derechos humanos y una de las fundadoras de la Asociación de las Madres de Plaza de Mayo. Sin embargo, su imagen se ha ido corrompiendo, por un lado, debido a su posicionamiento a favor de grupos armados, como ETA o las FARC, y gobiernos dictatoriales, como en el caso de Cuba con Fidel Castro a la cabeza y, por otro, como consecuencia de los beneficios que ha sacado a costa de la iniciativa de las Madres de los desaparecidos. ¿Hasta qué punto es correcta su presencia en la exposición? ¿Por qué aparece precisamente inaugurando la muestra? Esta fotografía contradice y desdibuja la línea argumental planteada en “Perder la forma humana. Una imagen sísmica de los años ochenta en América Latina”. ¿No fallaría, pues, el display? ¿No actúa como condicionante en la percepción del espectador?

Tras haber recorrido la exposición nos quedamos con la sensación de haber visitado un archivo histórico en lugar de una exposición artística. La mayor parte del contenido muestra una intención fundamentalmente divulgativa e informativa. Mucho de lo que vemos allí son documentos periodísticos, fotografía documental, carteles y folletos propagandísticos, etc. La protagonista es la historia, los hechos, aunque hay claras alusiones a la memoria subjetiva y a la selección de recuerdos concretos, pues la situación se cuenta desde el punto de vista de los colectivos y asociaciones artísticas.
En este punto, cabe hacer una diferenciación entre arte político y el empleo de recursos artísticos con un fin reivindicativo y revolucionario. El hecho de que un artista o grupo de artistas tomase parte en estos movimientos sociales no implica que su producción haya de estar expuesta en un Museo de Arte. ¿Se consideran obras de arte? La cartela situada junto a cada pieza nos predispone a su asimilación como objeto artístico.
La propaganda y las actividades generadas en aquellos años no nacieron con una función artística, sino como reivindicación y lucha por los derechos humanos, de manera que el arte quedaría relegado a la posición de mera herramienta. Si nos ceñimos a las escasas piezas propiamente artísticas expuestas, es acertada su ubicación en el Museo de Arte Contemporáneo; sin embargo, si nos basamos en el conjunto, donde predomina el carácter documental, ¿no sería más correcto llevar esta exposición a una institución como Casa de América?

Retomando nuestra visita a “Cartografías Contemporáneas”, nos topamos con una serie de piezas que nos crearon cierto conflicto pues nos resultaron incoherentes con el contexto y el espacio expositivo. Nos referimos a “obras” como la de Trisha Brown. Nuestra primera impresión era que no encajaba en la exposición, no encontrábamos ninguna relación con la temática común a las obras. Por otro lado técnicamente nos pareció francamente pobre, por decirlo suavemente, y carente de sentido. Perplejos, nos dispusimos a buscar información acerca de esta artista y fue entonces cuando conocimos su proceso creativo: bailando sobre el papel crea trazos espontáneos construyendo una composición abstracta. Entendemos pues que el display falla, ya que la obra necesita de una explicación teórica que no encontramos en la sala. Todo esto nos suscito una pregunta en relación con el arte actual, ¿sería este un caso más en el que prima más la firma del artista sobre la obra?
Lo que parecían ser moscas se posaban de forma intermitente sobre una superficie blanca aparentemente sin un recorrido definido. Seguimos con nuestra visita y al llegar a la última sala pudimos observar a lo lejos que las moscas habían construido parte del mapa del mundo. Había transcurrido cerca de media hora y solo se apreciaba menos de la mitad. Al tratarse de una exposición colectiva que cuenta con un gran número de obras, la visualización de la pieza no está adaptada al tiempo de recorrido de la exposición. ¿No sería más adecuado ubicarla en una sala independiente? ¿Cómo se podría solucionar la problemática de este tipo de dispositivos audiovisuales en los espacios expositivos? ¿Sería lícito poner límites? ¿Estaríamos entonces coartando la libertad del autor?


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